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Testimonio desde Sevilla

Una familia adoptiva nos cuenta su experiencia

 

 

Al poco tiempo de casarnos, nos enteramos de que no podíamos tener hijos. Ante este hecho no sabes qué hacer, todas las teorías que hablas de novios se vuelven abstractas, estás perdido, no entiendes nada y te duele.

Durante mucho tiempo pedía un milagro, cada día pedía quedar embarazada (incluso llegando al enojo), pues pensaba que si Dios quería lo podía conceder. Un día, por gracia, cambié la petición a:” si me has dado el deseo de ser madre, sé que es para mi bien, hazme aceptar el modo en que lo quieres cumplir”.

A partir de ese momento todo cambió. Empezamos a movernos para poder adoptar. Al principio no fue fácil, para mí todo era frío y distante, demasiados papeles, demasiadas preguntas. Una cosa que nos pesaba en esos momentos eran nuestros límites, teníamos preferencias y nos sentíamos muy culpables, hasta que una amiga nos dijo que el Señor nos conoce y conoce nuestros límites y eso no importa, lo que importa es no dejar de adoptar por ello, pues seguro que con lo que somos podemos llegar hasta el final. Después de dos años nos concedieron dos hijos, Alejandro y Javier.

Esos dos años fueron de auténtica sorpresa, pues sentí el vértigo y la ilusión de la espera, el deseo de tenerlos junto a mí. Nunca pensé que podría sentir tanto. Cuando nos concedieron los niños, nuevamente se nos puso de manifiesto que la vida no la controlas, pues eran mayores de lo que pensábamos. ¿Qué hacer?, pues nuevamente confiar en que existe un designio bueno sobre nuestra vida y decir sí al bien que teníamos delante. Cuando nos dimos cuenta estábamos volando hacia Colombia con ilusión y miedo, pero seguros del bien que teníamos delante.

Ya teníamos nuestros hijos, a partir de ese momento nuestra vida cambia completamente, estamos inmersos en una aventura apasionante que va construyendo nuestra vida de forma sorprendente.

Cuando volvimos nos encontramos con dos niños extraños y que no deseaban ser adoptados. Ellos no tenían por qué confiar en dos adultos desconocidos que los sacan de su entorno a un lugar totalmente extraño. Estaban muertos de miedo y recelosos, pero con gran capacidad de aceptar lo bueno que existía en la relación con nosotros. Y nosotros estábamos sorprendidos, la mayoría de las veces sin saber qué hacer, pero siempre muy contentos y seguros de todo lo que nos estaba pasando.

Durante todo este tiempo ha habido de todo, aciertos, equivocaciones, alegrías, tristezas, regañinas y sobre todo miles de perdones. Nunca hemos buscado una fórmula que nos solucione los problemas, pues creemos que eso no existe, la vida no la controlas y sólo tienes que estar muy atento a lo que sucede. Por esto, siempre hemos estado muy pendientes de ellos, de ver cómo reaccionan y si algo que hacemos no funciona cambiamos, nos preocupa su respuesta, como afrontan las circunstancias y así irlos guiando.

Siempre hemos respetado su historia, hablando abiertamente de todo lo que han vivido y sentido en Colombia, ya que era necesario que comprendiesen que aquella etapa de sus vidas no era un error sino una parte del camino. Esto ha sido una de las cosas más bonitas en nuestra relación, pues no sienten rencor por nada de su historia y aceptan lo nuevo con facilidad.

No podemos evitar esperar de ellos cosas que creemos necesarias, pero cuando nos paramos y tomamos la distancia necesaria llegamos a la conclusión que lo que deseamos es que se hagan hombres adultos capaces de adherirse al Bien.

Toda esta historia ha sido posible por el cuidado amoroso de Dios encarnado en los rostros de todos los amigos, que de una manera u otra nos han acompañado desde el principio, y a los que damos infinitas gracias, pues han hecho que nunca estemos solos. Hemos experimentado que el designio que Cristo tiene para nosotros y nuestros hijos es infinitamente mejor de lo que nosotros podríamos haber imaginado.

 

Julio y Maite