¿Te acuerdas de tu adolescencia? Cómo mirar a tu hijo adolescente

“Aforo completo”. Este era el cartel que se podía leer el pasado viernes 8 de febrero a la entrada del Salón de Grados de la Universidad San Pablo CEU de Madrid por la enorme expectativa suscitada para asistir al encuentro organizado por la Asociación Familias para la Acogida en colaboración con el Centro de Estudios del Menor del Instituto de la Familia del CEU.

ADOLESCENCIA: CAMBIAR LA MIRADA

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190 personas participaron en el seminario titulado “¿Te acuerdas de tu adolescencia? Cómo mirar a tu hijo adolescente” al que Familias para la Acogidainvitó al profesor Luigi Regoliosi, psicólogo y profesor de Ciencias de la Educación en la Universidad Católica de Brescia (Italia).

En un momento dado – los asistentes lo sabían bien por experiencia –, «ese signo natural» que es el afecto de los padres «ya no basta»; todo es como antes pero, en un determinado momento, es como si no bastara. ¿Por qué? Porque cada uno de nosotros ha evolucionado hacia la juventud, se ha dilatado nuestro ser, comienza a emerger nuestro rostro, la potencia de nuestro destino, la magnitud de nuestro deseo, y esa presencia de los padres se revela pequeña con respecto a todo lo que deseamos y deja al joven confuso, inseguro, descompuesto, desorientado.

El profesor Regoliosi abordó la cuestión desde la perspectiva de intentar comprender juntos que todo lo que sucede en este periodo del crecimiento de la persona no es un problema, sino una oportunidad. 

La adolescencia, la fase más importante del desarrollo de una persona, a menudo se concibe por parte de los padres como un problema, una edad crítica, una fase que suscita preocupaciones y temores. ¿Por qué? Porque después de la pubertad comienzan grandes cambios: físicos, intelectuales, emocionales, en el comportamiento social… Y aunque a un padre le gusta ver crecer al hijo, hacerse grande, desarrollar su inteligencia y capacidades, es necesario aceptar separarse del hijo-niño y acoger al hijo-adolescente con toda su diferencia. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de diferencia? Los adolescentes experimentan cambios de humor, se encierran en sí mismos de repente, comienzan a tener secretos y lenguajes propios que hacen que nos parezcan incomprensibles sus comportamientos y que surjan los conflictos, rebeldía, mentiras, discusiones…

Todos estos elementos generan en los padres sentimientos de rabia, desilusión, frustración, ante comportamientos que no consiguen comprender. A menudo les hace sentirse heridos, despreciados, rechazados por su hijo y sentirse inadecuados, incapaces de afrontar exitosamente esta situación.

¿Es posible recuperar esta relación padres-hijos? El profesor Regoliosi insistió varias veces a lo largo de su ponencia en una cuestión fundamental: No hay recetas útiles para todas las necesidades, ni respuestas automáticas. Lo que sugirió fue un método: tratar de mirar las cosas desde el punto de vista del hijo, buscar ensimismarse con él. 

¿Y cuál es este punto de vista del hijo? ¿Cómo se siente? Siente que está cambiando, que están sucediendo cosas importantes dentro suyo. Es como un nuevo nacimiento. Está fascinado y a la vez asustado. Regoliosi puso una imagen muy visual: no es fácil ser una oruga que todavía no sabe que se convertirá en una mariposa. Se abren tantas preguntas de las cuales a veces ni siquiera son del todo conscientes: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Cómo seré de mayor? ¿A qué estoy llamado? ¿Seré capaz?¿Y los demás me querrán? Tantas preguntas, un deseo de autonomía y además el miedo de equivocarse… A veces un hijo nos agrede porque está asustado, porque tiene miedo de no ser amado, aceptado por nosotros, porque teme habernos decepcionado. Dice mentiras porque teme decepcionarnos, preocuparnos o perder nuestra estima. Comete imprudencias para ponerse a prueba, para demostrarse a sí mismo y a los demás que ya no es un niño. Se encierra en si mismo porque está confuso, es presa de sus propias emociones, tiene miedo de que entremos en su intimidad con juicios e imposiciones. Y la toman con nosotros porque sabe que somos los únicos que podemos soportarlo o para probar hasta dónde le amamos.

La propuesta central de la intervención de Luigi Regoliosi giró en torno a la necesidad de que salgamos de nuestros sentimientos, en los que con mucha frecuencia estamos atrapados, para ponernos a la escucha de lo que nos está diciendo. Tenemos que cambiar el centro de atención de nosotros mismos, de lo que sentimos y tratar de entender lo que nuestro hijo siente en su interior. Al final de este camino nos hizo ver un horizonte esperanzador: Los primeros frutos: las tensiones bajan y se crea un espacio de verdadera escucha y posibilidad de comunicación. Pero además el hijo se siente acogido y aceptado tal como es, no juzgado, no rechazado y nuestra mirada le devuelve una imagen positiva de él mismo que aplaca su ansia y su rabia.

Concluyó su magnífica exposición citando una expresión de Luigi Giussani en el libro “El Milagro de la Hospitalidad” (Ediciones Encuentro): perdonar la diferencia. Un padre debe saber perdonar la diferencia de su hijo. Podemos vivir la diferencia como provocación y ofensa, pero existe la posibilidad de perdonar, es decir afirmar –más allá de los problemas– aquello que hay en la otra persona de verdadero, justo, bello y bueno.

Un hijo que cambia y se enfrenta al mundo nos obliga a reabrir el corazón a muchas preguntas porque sus preguntas sobre el sentido de la vida son también las nuestras; pide de nosotros cambiar también, nos hace más conscientes de lo que significa ser padre y madre, pone a prueba nuestra capacidad de amar y de acoger. ¿Estamos verdaderamente dispuestos a aceptarlo como un ser autónomo, diferente de nosotros?

Familias para la Acogida