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¿Por qué no?

por-que-no_mediumPublicamos el testimonio de unos amigos que siguen desde Argentina la experiencia de Familias para la Acogida. Es verdaderamente conmovedor ver que la experiencia de la acogida no tiene “nacionalidad” y se muestra una y otra vez como un bien para la familia sea cual sea la cultura y la sociedad en la que se realice: «Tal vez sea éste uno de los mayores descubrimientos: pasar de pensar en hacer un bien a percibir que el bien es para uno…»

 

A mediados del 2010 nos invitaron a un encuentro con Marco y Paolo, de Familias para la Acogida de Milán (Italia). No sólo fue una gracia poder escuchar sus testimonios sino también el haber conocido a Arturo y Bety, que viven desde hace años una experiencia de acogimiento en Mar del Plata (Argentina). Al terminar el encuentro Marco nos lanzó una pregunta: ¿por qué no?

 

Todo esto fue una gran provocación, reconocer algo que venía latiendo aunque aún no éramos del todo conscientes. En realidad había empezado a cambiar la forma de mirarnos a nosotros mismos y a los otros, aún sin conocerlos: lo que le pasa al otro dejó de ser ajeno.

Unas semanas después de aquel encuentro vemos un programa con nuestros hijos sobre una experiencia de acogimiento promovida por una ONG. Nuestros hijos (de 5, 9 y 11 años entonces) nos pidieron que acogiéramos a uno de esos chicos que necesitaban una familia. Pensando que no era el momento les planteamos todos las contras, pero después de varios días de insistencia terminamos poniéndonos en las manos de Dios.

Desde abril de 2011 empezamos a recibir a dos hermanas durante los fines de semana y desde diciembre viven con nosotros.

Este es un tiempo de mucha intensidad, muchas veces con complicaciones y cansancio que nublan el por qué lo hacemos.

Tal vez sea éste uno de los mayores descubrimientos: pasar de pensar en hacer un bien a percibir que el bien es para uno, que en vez de dar una familia a otro en realidad empezamos a construir nuestra familia. Esto lo sabíamos, como tantas otras cosas que se nos dicen, pero es como empezar a pasar del conocimiento a la experiencia.

Nos damos cuenta de que la decisión tomada no basta para que luego todo funcione automáticamente, no se pueden dar las cosas por descontado y descubriéndonos incapaces no queda más que pedir poder mirar y amar al otro como Alguien nos miró y amó antes.

Otra cosa que nos sorprende es la actitud de nuestros hijos, los primeros en decir que sí y luego reafirmarlo. No es que no les cueste (muchas veces deben pensar: “¡para qué hablé!”), pero viven lo cotidiano con una naturalidad que asombra.

Esto que empezamos a vivir resultó que, además de ser una provocación para nosotros, lo es también para las personas con quienes nos encontramos. En primer lugar los amigos que nos acompañaron desde el principio (aún antes de acercarnos a esta experiencia), también el resto de nuestras familias y otras personas. No sólo genera alguna inquietud, pregunta o asombro, sino que desencadena una experiencia de caridad y atención hacia nosotros. Es como un gesto de humanidad que despierta o acentúa la humanidad en nuestro entorno.

Estamos seguros que este camino, si bien pude ser difícil en algunos casos, nos es dado para reconocer a Dios en lo cotidiano, todo empieza a tener otro valor.

Eva y Gustavo