Padres «Trimerizos»

Testimonio de padres acogedores

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Nuestra historia como familia de acogida empezó en un mes de julio que recordaremos el resto de nuestras vidas, fue un verano lleno de olas de calor meteorológico y de ebullición mental nuestra. Aquí empieza la gran aventura de Pablo y Ana, matrimonio sin hijos biológicos, pero como dicen nuestros tres niños de acogida: “No sois papás de tripita, pero para ser papás de corazón sois los mejores”

Habíamos presentado hace tiempo una solicitud en Consejería de Bienestar Social para ser Familia de Acogida, allí se había quedado el papel con la gran ilusión de dar familia a algún niño, en una bandeja de un funcionario anónimo, siguiendo una ruta que nosotros desconocíamos. A finales de junio nos llamaron para concertar una cita, lo apuntamos en nuestra agenda y nuestras cabezas empezaron a darle vueltas a: ¿Qué querrán de nosotros? ¿Estaremos preparados? ¡Ay, que nervios! Empezamos a buscar en internet, a llamar a amigos y a soñar.

En una de las entrevistas que tuvimos, la persona que nos atendía sacó un folio en blanco y con bolígrafo azul hizo tres guiones pequeños uno debajo de otro, tres. Yo, Ana, pregunté: “¿Eso son tres niños?” La respuesta fue: “Están en un Centro de menores, son tres hermanos y se trataría de un acogimiento permanente”. Pablo estalló a carcajadas, se puso súper-contento, y yo estallé a llorar pensando en lo que se nos venía encima. No teníamos hijos y tampoco vivíamos mal, los dos teníamos trabajo, salud y mucho amor. Al pensar en tres niños fue como si un tsunami me pasara por encima, pensé: ¿Cómo los vamos a cuidar? ¿¿¿Tres??? ¿Vamos a poder querer a los tres? ¿Qué les habrá pasado? Y mil preguntas más. Ese día nos dijeron que la mayor tenía Necesidades Educativas Especiales y que nos lo pensáramos. Podríamos escribir infinidad de folios contando las conversaciones que tuvimos Pablo y yo ese día y los siguientes.

Buscando en internet encontramos una asociación “Familias para la acogida” y nos llamó la atención porque son especialistas en acoger a menores con discapacidad. Nos fuimos a verles a Madrid, allí ganamos amigos y argumentos para acoger, lo que más nos ayudo fue que nos dijeran que el acogimiento siempre nos supera y la sensación de “no poder” nos acompañaría en muchas ocasiones, pero que teníamos que pensar que nunca estamos solos y que estábamos dando una familia a un niño que la necesita. El truco está en olvidarse de uno mismo.

Y así dijimos “Sí, acogemos” con una llamada telefónica y una tonelada de fe puesta en esa afirmación. El 15 de julio es el cumpleaños de Ana y le hicieron uno de los regalos más bonitos de su vida ¡¡Nos llamaron para decirnos los nombres de nuestros niños!! También nos contaron un poco de su historia y nos comunicaron que podíamos empezar a conocerles. Así entraron en nuestras vidas Teresa, María y Rafa.
Teresa tenía 8 años y discapacidad intelectual, María tenía 4 y era una fierecilla, y Rafa tenía 3 años, era una dulzura, eso nos dijeron en la Residencia donde vivían. Venían de una situación muy desfavorable y la verdad es que cuando los conocimos lo confirmamos.

Les conocimos en el Centro de menores, no hicieron falta presentaciones. A Teresa la vimos jugando en el jardín, fue mirarla y saber que era ella, la verdad es que nos dio mucha pena su manera de moverse, de hablar, de mirarnos, se notaban sus carencias, parecía una niña muy pequeña, sin habilidades y con la mirada perdida, pero cuando nos vio preguntó a la persona que nos acompañaba: ¿Ya voy a tener familia educadora? Nos entraron ganas de llorar con una mezcla de sentimientos que no sabemos muy bien describir. Detrás de nosotros había otra niña con cara de pocos amigos y una mirada desafiante, era María. A Rafa lo conocimos dos días más tarde y era como un bebe de tres añitos al que le encantaba que le abrazaran, era muy tierno.

Durante ese verano hicimos el practicum del máster “Como sacar paciencia de donde piensas que no la hay”, y hoy en día seguimos en ello. Empezaron a venir a casa de jueves a lunes o martes, dependiendo de la semana y de lo agotados que estuviéramos. Cada día era una auténtica aventura, y empezó así a funcionar un engranaje que ponía en marcha la maquinaria de una familia de acogida.

Les sorprendía enormemente que tuviéramos amigos, la verdad es que muchos, y nos preguntaban de todo: ¿Cómo se hace uno un amigo? ¿Por qué vamos a verles?, etc.

Poco a poco nos fuimos cogiendo cariño, y digo fuimos porque el cariño no surgió de la noche a la mañana, lo de “el roce hace el cariño” lo hemos vivido con estos tres niños. El corazón se nos iba agrandando sin darnos cuenta…

En septiembre nos dijeron que los niños estaban pidiendo venir a casa a vivir , eso sí que fue ir a lo Indiana Jones matriculándoles en el colegio, haciendo mil papeles, comprando ropa, pidiendo a la familia y amigos juguetes, sábanas, de todo, para preparar su llegada a casa. Fue una onda de solidaridad enorme, empezaron a aparecer por casa bolsas con todo lo que necesitábamos y manos amigas que nos animaban. También había quien desde “el sentido común” nos desanimaba y decía que no íbamos a poder, pero realmente el acogimiento tiene poco que ver con el sentido común. ¿Quién mete en su vida a tres hermanos que vienen con una mochila llena, entre otras cosas, de ovejas negras y problemas? Desde luego por sentido común no lo haces, creemos que en toda esta aventura hay un punto en el que hay que soltar amarras. Y no vamos a ser hipócritas afirmando que no nos importaba lo que nos dijeran, nos importaba mucho y nos dolía, pero ya nos habían aconsejado que el “no poder” nos iba a acompañar, lo que sí es verdad es que nunca hemos estado solos.

Y así fue pasando septiembre hasta el gran 8 de octubre día en el que entraron por la puerta de casa para quedarse hasta que ellos quisieran… ¡Esto sí que fue emoción pura! Creo que pocos deportes de riesgo hay con los que sueltes más adrenalina que el de comenzar a ser “trimerizos” como Familia de acogida.

Lo mejor empieza a partir del día que se quedan en casa, ellos estaban contentos y expectantes, nosotros también. Su primer día de colegio, preparar almuerzos, los deberes, la rutina ¡Bendita rutina! Y la lucha para que en casa hubiera un poco de orden.

Es verdad que no hemos elegido el camino fácil, no es fácil enseñar a comer en la mesa, no tirar la ropa por los pasillos, enseñar a que cuando vomitamos por la noche porque nos encontramos mal es mejor decirlo y no dormir con el vómito en la cama, etc. Pero es maravilloso ver como descubren la vida, la primera vez que celebran su cumpleaños, su primera Navidad, descubrir que les quieres, que valen mucho por sí mismos, descubrir que se puede jugar sin hacer daño, disfrutar de un chiste, o de una broma o de un paseo o de simplemente mirar el mar.

Teresa ha comenzado a ir a catequesis de Primera Comunión, y un día mientras estaba haciendo la cena me dijo que tenía deberes de catequesis. Le contesté que me los trajera para leérselos (Teresa en ese momento no sabía leer y escribir, ahora ya ha empezado) y en los deberes pedían: “Escribe una carta a Dios dándole gracias por las maravillas que ha creado en la naturaleza”. Teresa me preguntó: “¿Qué son las maravillas de la naturaleza?” Y le dije que todo aquello que no ha hecho el hombre y que es muy bonito, por ejemplo, el mar, el sol, las nubes, etc. Le sugerí que hiciera un dibujo de las maravillas que ella quisiera y decidió pintar el sol, la luna y unas flores. Pasado un rato volvió a la cocina y apoyada en la puerta me dijo: “La verdad es que la mayor maravilla de Dios eres tú”. Me puse a llorar, a lo que ella preguntó: “¿Eso es llorar de emoción?” Y en el dibujo nos pintó a los dos y unas flores.

 

Ana y Pablo