La Ladrona de Libros

Son muchas las películas que proponen experiencias de acogida valiosas. En esta ocasión la acogida abre a nuestra protagonista a un mundo fascinante: los libros como camino para descubrir la belleza del mundo en medio de un auténtico infierno.
A estas alturas, la verdad es que una película con nazis y judíos sólo puede generar prejuicios. Es un asunto tan profusamente contado en la gran pantalla, que ha acabado ocurriendo algo terrible. Lo que constituyen los hechos más secos, sórdidos y punzantes del siglo XX, se han convertido en un subgénero cinematográfico, lleno de tópicos, de estereotipos y caricaturas. Cuando vemos un nazi en la pantalla ya sabemos cómo va a hablar, cómo va a gesticular, y cómo va a patear al judío de abrigo raído. Sin quererlo, hemos pervertido un hecho histórico inclasificable y lo hemos reducido a un ramillete de lugares comunes. En ese sentido, la primera reacción ante un libro/película ambientados en una familia de la Alemania nazi, y en plena persecución de judíos, no puede ser muy favorable. Sin embargo, si traspasamos esa primera barrera de descontento y nos dejamos cautivar por la historia personal de la joven Liesel, descubriremos una aventura humana universal que va más allá del nazismo y que nos habla de las cosas verdaderas que convierten a una niña frágil en una mujer apasionada por la vida.

La historia de Liesel fue imaginada y escrita en 2005 por el novelista australiano Markus Zusak, inspirado por los relatos de sus padres sobre la Segunda Guerra Mundial, relatos en los que siempre había un gesto de humanidad o sacrificio generoso. “Era una época de extrema perversidad y peligro, pero sin embargo mi fuente de inspiración fueron los actos de generosidad que hubo en tiempos tan oscuros”, declara Zusak. Fue tal el éxito internacional de La ladrona de libros, tanto en ventas -publicado en treinta idiomas- como en críticas, que la Fox decidió llevarla a las pantallas de la mano del director televisivo Brian Percival. Narrada por la propia muerte, la película cuenta la historia de Liesel (Sophie Nélisse), una preadolescente que es enviada a vivir con una familia de acogida en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial el mismo día que fallece su hermano pequeño. La nueva familia de Liesel está formada por un bondadoso Hans Hubermann (Geoffrey Rush) y su malhumorada esposa Rosa (Emily Watson). Liesel no entiende qué es el nazismo, qué significa que su madre fuera comunista, qué pasa con los judíos,… y aunque ella viste el uniforme de las juventudes hitlerianas presenciará un hecho que le marcará profundamente: la quema de libros en la plaza del pueblo en un solemne acto de afirmación del nacionalsocialismo.

Liesel llega a la nueva familia analfabeta y con una experiencia muy dura de la vida. Pero en su nuevo ámbito, todo se va a convertir en experiencia educativa, que lejos de transformar su amargura en cinismo, le va a ir abriendo a descubrir la belleza de la vida y la grandeza de los seres humanos. Su padre de acogida le enseña a leer, y el judío Max (Ben Schnetzer) le enseña a usar las palabras poéticamente para expresar sus vivencias. De su amigo Rudy (Nico Liersch) aprende el inocente coraje del amor, y de la mujer del alcalde, Ilsa Hermann (Barbara Auer) la compasión en medio del odio.

En el centro de esta película hay dos núcleos importantes: el valor de las palabras como forma de autoconocimiento y conocimiento de la realidad; y el valor de las personas por encima de cualquier connotación. En torno a estas dos afirmaciones de positividad se va tejiendo el desarrollo personal de Liesel, que de esta forma crece incontaminada del odio y el horror que la rodea.

Esta hermosa fábula cuenta con unos ingredientes sin los cuales podría fracasar: la impresionante actuación de Sophie Nélisse, que ya nos sorprendió en El Profesor Lahzar, y -en un segundo plano- la de los veteranos Geoffrey Rush y Emily Eatson. Llama la atención que una niña de trece años maneje ese repertorio de recursos dramáticos, a la vez que conserva la inocencia de su mirada. La dirección artística también es deslumbrante, y cómo no, la partitura del gran maestro John Williams (La guerra de las galaxias). Aunque, como decíamos, la película está narrada por la muerte, es un indudable canto a la vida.

Juan Orellana